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En esta vida hay pocas cosas realmente importantes. Yo qué sé, el cine -el buen cine-, una sobremesa con amigos, la fidelidad de un chucho, un buen polvo, descubrir una ciudad que -sabes, no te abandonará nunca. El queso. El queso es una de esas pocas red lines vitales que no deja lugar a dudas de a qué bando perteneces: hombres grises o tarambanas. Sin fisuras en esta distinción. Si no sabes disfrutar de una cuña de queso sin venir a cuento, si es usted un mojigato, si tienes problemas con su olor, su intensidad y el exceso como “Le mode de vie” es que no has entendido nada. Julio Camba lo explica mejor: «El que sea capaz de quedarse con ganas ante un buen plato por temor a engordar, se quedará también con ganas ante todas las otras cosas agradables que hay en la vida», o sea, que si vas a venir con melindres es que mejor que cojas tu soja y tu brócoli y vuelvas por donde has venido. Aquí hemos venido a hablar queso. De los mejores veinticuatro quesos del planeta.
Gran Reserva Dehesa de los Llanos
Queso manchego. Qué dos palabras tan sencillas y tan rotundas. Pues bien, más allá del orgullo vernáculo y jamonero hay que celebrar que los World Cheese Awards ha coronado a este queso manchego como el mejor del mundo (relevando a Ossau Iraty, uno de los quesos de mi vida que conocí gracias al gran Santi Santamaría) entre más de 2.700 quesos de todo el mundo, que se dice pronto. Dehesa de los Llanos tiene todas las virtudes del mejor queso manchego que puedan imaginar (contundencia, intensidad y ese leve picorcillo que hace que tu cuerpo pida a gritos vinazos rotundos como las caderas de Monica Bellucci).